Discurso en la recepción de Año Nuevo al Cuerpo Diplomático.

Discurso del Excellentissimo Sr. Jacques CHIRAC, Presidente de la República Francesa con motivo del mensaje de Año Nuevo al Cuerpo Diplomático.

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Paris, Viernes 5 de Enero de 2007

Señor Primer Ministro,
Señor Ministro de Asuntos Exteriores,
Señoras y Señores Ministros,
Señoras y Señores Embajadores,
Señor Nuncio Apostólico:

Deseo agradecer sus palabras tan cálidas, siempre llenas de sabiduría. Permítame manifestarle ahora mis más sinceros deseos de felicidad y rogarle que transmita a Su Santidad el Papa Benedicto XVI mi profundo respeto, así como las mejores felicidades de parte del pueblo francés.

La aceleración de los vaivenes en el mundo, la exacerbación de las tensiones internacionales a las puertas de Europa y la urgente necesidad de una respuesta colectiva a los retos que afronta la humanidad, deberán ocupar un lugar preponderante en los próximos momentos que afectarán el futuro de Francia.

Francia es portadora de una visión del mundo independiente, caracterizada por los valores que encarna y por su compromiso en los foros europeos e internacionales. Asume una responsabilidad particular al servicio de la paz, de la construcción europea, de la solidaridad internacional y del multilateralismo.

Desde la desaparición del orden bipolar, la globalización, tal un mar de fondo, ha trastornado los antiguos equilibrios, repartiendo de otra forma las cartas del poder.

En menos de una generación, observamos el derrumbamiento del comunismo y el callejón sin salida que constituye el unilateralismo. Vemos cómo se afianza cada día más el nuevo reparto en un mundo multipolar, con el resurgimiento de Rusia y la llegada de China, la India o Brasil al rango de potencias globales. Aparecen ante nuestros ojos nuevas formas de modernidad, particularmente en Asia. Arraigada en culturas a veces milenarias, esta aparición representa el final del dominio secular y exclusivo de Occidente sobre el resto del mundo.

En menos de una generación, pasamos del triunfo proclamado del liberalismo a la conciencia de las desigualdades escandalosas que subsisten en la mayoría de los continentes, en particular en África, y de la crisis ecológica que amenaza a toda la humanidad.

En menos de una generación, pasamos de un mundo fragmentado a un mundo donde, a través de las pantallas de una comunicación planetaria, cada uno puede saber en cualquier momento lo que sucede en cualquier lugar. Un mundo en el que titubean las referencias y muchos pueblos oscilan entre el vértigo de un futuro todavía indescifrable y las tentaciones de un repliegue en la propia identidad.

En este nuevo mundo que se va forjando, en el cual se desdibujan las fronteras entre los problemas internacionales y los desafíos internos, Francia rechaza tanto la fatalidad del enfrentamiento como la facilidad de la inercia. Fiel a su historia, con la fuerza de su experiencia y de los valores en que se fundamenta su pacto republicano, alberga la ambición de un mundo reconciliado y reunido, capaz de tomar las riendas de su propio destino.

Al haber entrado el mundo en una nueva era, debemos liberarnos de los esquemas dictados por la costumbre y conferir nuevas dimensiones al alcance de nuestra acción diplomática. Al verse amenazado el mundo por un enfrentamiento de civilizaciones, alimentado por el choque de las ignorancias, Francia se ha colocado a la vanguardia de la lucha en pro del diálogo entre las culturas, en particular en el marco de la Francofonía, así como en la UNESCO, haciendo figurar la diversidad cultural en el derecho internacional. Al constituir la persistencia de la pobreza extrema, en un mundo cada vez más rico, un escándalo moral así como un absurdo económico y un riesgo político, Francia ha sacudido los tabúes, siendo la primera en proponer, entre otras medidas, mecanismos de financiación innovadores. Al poner la destrucción del medio ambiente en peligro el futuro mismo de la humanidad , Francia ha colocado la ecología en el centro de su Constitución y de sus prioridades diplomáticas.

En este mundo globalizado, las crisis, otrora circunscritas, difunden hoy sus efectos desestabilizadores mucho más allá de su foco inicial.

A las puertas de Europa, el Oriente Medio se ha convertido en el epicentro de las tensiones internacionales, donde las crisis se acumulan y se propagan. El conflicto israelo-palestino mantiene a todo el mundo musulmán sumido en un sentimiento de incomprensión y de injusticia, como si el nuevo orden internacional se midiera con un doble rasero.

Como Francia lo intuía y lo temía, la guerra en Irak precipitó perturbaciones que no han terminado de manifestar sus efectos. Esa aventura ha exacerbado las divisiones entre comunidades y menoscabado la integridad misma de Irak. Ha fragilizado también la estabilidad de toda la región, donde cada país vive ahora preocupado por su seguridad. Ha ofrecido al terrorismo un nuevo campo para su expansión. Hoy más que nunca, la prioridad radica en el hecho de devolver a los iraquíes su total soberanía.

Vemos en esa región, que es cuna de los tres grandes monoteísmos, vecina y aliada natural de Europa, cómo se amalgaman los conflictos, con el riesgo de un enfrentamiento de insospechada magnitud.

El conflicto israelo-palestino cristaliza todos los resentimientos. Es, pues, allí, donde debemos conjurar la fatalidad del fracaso. Conocemos las grandes líneas de una solución: que dos Estados vivan en paz y con seguridad. La hoja de ruta, aceptada por todas las partes, señaló el camino. En cada parte existen interlocutores que han vuelto a hablarse. Pero todavía falta la confianza, y corresponde a la comunidad internacional poner en marcha el proceso que permita restablecerla. Respaldada por sus compromisos en el terreno, Europa tiene hoy la capacidad de actuar. Propongamos, en el marco del Cuarteto, un nuevo tipo de conferencia internacional que, sin pretender dictar a las partes los términos de un arreglo, les aporte las garantías que anhelan. Estoy convencido de que entonces será posible crear una verdadera dinámica de negociación.

El Líbano, tomado como rehén por sus vecinos, paga un fuerte tributo por los conflictos en la región. Francia sólo aspira a la existencia de un Líbano soberano, independiente y democrático y desea mantener sus relaciones de confianza con todas las comunidades. Inspirados en los valores de pluralismo y de libertad que fundaron su país, los libaneses deben hoy unirse para edificar su futuro, sin injerencia externa alguna. Juntos lograrán reconstruir su país, en torno al gobierno legítimo y buscando la verdad, en particular mediante la creación de un tribunal con carácter internacional. La Conferencia de París para la Reconstrucción del Líbano, que ha hecho posible el esfuerzo de los libaneses por su propia decisión, brindará el 25 de enero la oportunidad de transformar en acciones nuestra solidaridad.

La comunidad internacional espera que Siria contribuya al restablecimiento de la estabilidad y pueda recuperar así plenamente su lugar. De esta manera podremos avanzar juntos en pos de esa paz justa y global de la que Francia es el infatigable defensor.

Irán, que aspira a desempeñar cabalmente el papel que le confiere en Oriente Medio su civilización milenaria, es hoy fuente de aprensiones en el mundo, debido a sus actividades de proliferación y a las declaraciones provocadoras e inaceptables de algunos de sus dirigentes. Le corresponde restablecer la confianza mediante un gesto soberano. La suspensión de sus actividades relacionadas con el enriquecimiento, en el momento mismo en que se inicie la negociación deseada por la comunidad internacional, abriría, con el respeto de sus opciones políticas, las puertas a la cooperación y posteriormente a una nueva alianza al servicio de la estabilidad, la paz y la prosperidad de toda la región.

Señoras y Señores,
En momentos en los que las tensiones son fuertes, Europa, por haber logrado superar sus rivalidades históricas, es hoy el continente de la paz y de la democracia, polo de estabilidad y modelo para las otras grandes regiones del mundo.

Con la creación del euro, los progresos de la política exterior y de defensa europea, con la ampliación, que confiere a la Unión una dimensión crítica en relación con los gigantes del mundo, hemos sentado las bases para la renovación de la potencia europea.
Permítanme al respecto saludar con afecto el ingreso de Rumania y Bulgaria en la Unión Europea.

Sin embargo, el rechazo del Tratado Constitucional por parte de los pueblos francés y holandés dejó ese edificio inacabado y reveló, al mismo tiempo, los interrogantes que suscita el rumbo tomado por la construcción europea y la capacidad de una Unión más amplia y diversificada de inspirar confianza a sus ciudadanos, especialmente a los más frágiles, frente a los fuertes vientos de la globalización.

Permítanme afirmar hoy mi convicción: la construcción europea, nacida de la reconciliación francoalemana, es uno de los logros más importantes de la historia contemporánea. Su continuación es vital para Francia, para nuestra seguridad, para nuestro desarrollo económico y para el lugar que ocupamos en el mundo.

Para responder a las preocupaciones legítimas expresadas por nuestros conciudadanos, hemos comenzado a reconstituir los lazos de la confianza, otorgando la prioridad a la Europa de los proyectos y restableciendo el equilibrio entre los objetivos de la ampliación y de la profundización .

Dentro de pocas semanas conmemoraremos en Berlín el cincuentenario del Tratado de Roma. Ese aniversario ha de brindarnos la oportunidad de alcanzar un nuevo consenso sobre las finalidades del proyecto europeo; un consenso que abra el camino a decisiones encaminadas a mejorar el funcionamiento de la Unión, pues cada uno puede percatarse hoy de la urgencia de la reforma. Para lograr un nuevo acuerdo -durante el período que va de la presidencia alemana de 2007 a la presidencia francesa de 2008- deberemos partir de los equilibrios hallados en el proyecto de Tratado Constitucional, haciendo particular énfasis en la exigencia de la democracia.

Además de las instituciones, en los próximos años tendremos que conceder la prioridad a la aplicación de respuestas europeas a los grandes desafíos de nuestro tiempo: los medios para una potencia económica, industrial y científica; la demografía, el desarrollo compartido y el control de los flujos migratorios; la seguridad energética y el cambio climático; la seguridad alimentaria; la preservación de nuestro modelo social; el diálogo entre las culturas y la integración; el ascenso de China y de la India, entre otros.

Frente a la radicalización de la competición internacional y a la competencia cada vez mayor de los grandes países emergentes, deberemos desarrollar una política económica coherente a escala europea.

Deberemos aprovechar todo el potencial que representa nuestro gran mercado, fomentando la innovación y modernizando la política de competencia, para propiciar la instauración de líderes industriales y científicos europeos en sectores estratégicos, como Francia lo ha iniciado con la creación de la Agencia para la Innovación Industrial.

Sería ilusorio pensar que Europa podría ganar en la competencia internacional desmantelando su modelo social. En la cohesión está nuestra fuerza. En los próximos años deberemos avanzar por el camino de la armonización social y de la armonización fiscal.

Deberemos aprovechar plenamente el potencial de la moneda única, dotándonos, como Estados Unidos, Japón o China, de una política cambiaria activa, al servicio no sólo de la lucha contra la inflación, sino también del crecimiento y del empleo.

Asimismo, deberemos aprovechar cabalmente la potencia comercial de la Unión, imponiendo, en el marco multilateral, una mayor atención a las preocupaciones sociales y medioambientales, y negociando con nuestros principales interlocutores de los países emergentes acuerdos bilaterales basados en la reciprocidad, particularmente en materia de inversiones y de acceso de nuestras empresas a los mercados públicos.

La seguridad energética y la lucha contra el cambio climático corren parejas. Debemos invertir masivamente en el desarrollo de las energías limpias del futuro: los biocarburantes y el hidrógeno, así como la energía nuclear, como ya sucede con el desarrollo de reactores de cuarta generación y con ITER. Paralelamente, deberemos acelerar la mutación de nuestros modos de producción y de consumo para colocar Europa a la cabeza de la próxima revolución industrial: la del desarrollo sostenible.

Pero, como todos sabemos, el desafío ecológico reviste una dimensión planetaria. Europa deberá mantenerse a la cabeza de las negociaciones sobre el post-Kioto. Deberá igualmente considerar la introducción de un "impuesto sobre el carbono" para los productos procedentes de países que se nieguen a luchar realmente contra el calentamiento climático después de 2012.

Frente al reto de la inmigración, la Unión deberá fortalecer en los próximos años su capacidad de acción en la lucha contra los circuitos ilegales, y armonizar sus políticas de asilo. Ello requiere también un cambio de escala en nuestra política de cooperación, otorgando una prioridad mucho mayor al desarrollo compartido en nuestras relaciones con el África subsahariana así como con el Mediterráneo, en particular con los países del Magreb, que son nuestros vecinos inmediatos y tienen con nosotros un destino común.

Nuestros ciudadanos esperan que Europa ejerza el papel relevante que está llamada a desempeñar en el escenario mundial. Debemos estrechar más las alianzas estratégicas que por iniciativa de Francia han sido establecidas con los grandes polos del mundo, como Rusia o, en Asia, China, la India, Japón y los países del ASEAN, o bien con Latinoamérica.

Desde la Cumbre Francobritánica de Saint-Malo, dotamos a Europa de una voz autónoma en la escena internacional y de una capacidad de intervención al servicio de la paz. Durante los próximos años, hemos de franquear nuevas etapas en la construcción de la Europa de la Defensa.

Hemos progresado en materia de mutualización de recursos y de capacidades de mando. Deberemos iniciar la constitución de una verdadera fuerza de proyección europea, sobre la base de las capacidades de Francia, de Alemania, de sus aliados del Cuerpo Europeo, así como de los países que se han puesto bajo la bandera de la Unión, como Italia, España y Polonia. Además, esta evolución sólo puede contribuir a reforzar la Alianza Atlántica en su conjunto.

Señoras y Señores,
Francia tiene fe, por encima de todo, en los valores de los derechos humanos. Aboga por la justicia internacional y la supresión de la pena de muerte en el mundo. Está en la vanguardia de la lucha por el desarrollo, por la paz y por la acción colectiva, así como por el respeto de la identidad y la igual dignidad de las culturas que encarnan las Naciones Unidas, primera fuente de la legitimidad internacional.

Confío plenamente en que el nuevo Secretario General de las Naciones Unidas, Sr. BAN Ki Moon, sabrá comprometerse, como lo hiciera su antecesor, al servicio de la paz, de la democracia y de la solidaridad internacionales. Sigo convencido de que la ampliación del Consejo de Seguridad es indispensable para afianzar su legitimidad.

Ya se trate de gobernabilidad económica y social de la globalización, de preservación de los grandes equilibrios ecológicos o bien del diálogo entre las civilizaciones, los desafíos globales requieren hoy la cooperación de todos los actores responsables y, en primer lugar, de los grandes países emergentes. Es ése el sentido que Francia da desde la Cumbre de Evián en 2003 al diálogo ampliado del G8. Es ése el rumbo que deberemos seguir durante los próximos años en todos los foros de concertación y de diálogo.

La comunidad internacional debe asumir claramente las responsabilidades colectivas que le corresponden.

Para prevenir los dramas humanitarios y hacer frente a la urgencia, debemos poner en práctica la "responsabilidad de proteger", consagrada por la ONU a instancias de Francia. Me refiero, en particular, a la tragedia de Darfur, que amenaza hoy con llevar toda África Central, y más allá, hacia un conflicto devastador.

Pero por encima de los conflictos que la aquejan, África se encuentra hoy en una prometedora trayectoria de crecimiento, que es necesario extender todavía más. Deberemos darle toda su dimensión a nuestra alianza estratégica con ese continente, para apoyar las reformas emprendidas en el marco de la NEPAD. Ese será el objetivo de la próxima Cumbre Francoafricana, que tendré el gusto de recibir en Cannes los 15 y 16 de febrero próximos.

Para cumplir con los objetivos del Milenio, salud, agua, educación e infraestructuras, deberemos progresar también en la utilización de financiaciones innovadoras, camino abierto por Francia con la contribución de solidaridad sobre los pasajes de avión. Merece la pena extender esa experiencia para dar a la comunidad internacional recursos perennes con objeto de financiar los bienes públicos mundiales.

En Johannesburgo, en 2002, hice un llamamiento a la movilización de las naciones frente al desastre ecológico que amenaza nuestro planeta. Cada día nos lo viene confirmando. Cada día aumenta el costo de la inacción. Francia ha tomado las medidas necesarias. Desea seguir a la vanguardia de la acción internacional y aboga por la creación de una organización de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Ampliar esa movilización constituirá el objetivo de la conferencia internacional que recibiré en París los días 2 y 3 del próximo febrero.

Señoras y Señores Embajadores,

Para este año 2007, formulo votos esperanzados para que la comunidad internacional encuentre la sabiduría y la fuerza necesarias para unirse.

Francia, fiel a los ideales universales de la Revolución Francesa, con su tradición de independencia así como con la conciencia de sus responsabilidades y de sus compromisos europeos e internacionales, está siempre en primera fila de la lucha por la justicia, la dignidad del ser humano y el progreso.

Este es el mensaje que les pido transmitan, con mis deseos de prosperidad y ventura, a sus Gobiernos y a los pueblos que ustedes representan.

Muchas gracias.






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