Intervención del Sr. Jacques CHIRAC, Presidente de la República de Francia con motivo de la mesa redonda dedicada a la Cohesión Social - Cumbre Unión Europea-América Latina / Caribe (Guadalajara)

INTERVENCIÓN DEL SR. JACQUES CHIRAC PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE FRANCIA

CON MOTIVO DE LA MESA REDONDA DEDICADA A LA COHESIÓN SOCIAL

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CUMBRE UNIÓN EUROPEA-AMÉRICA LATINA / CARIBE GUADALAJARA, 28 DE MAYO DE 2004

Señor Presidente, Damas y caballeros Jefes de Estado y de Gobierno:

América Latina ha experimentado enormes progresos. El mundo ha visto con emoción cómo se ha instaurado y desarrollado la democracia en esa región. El despegue económico se ha acelerado, liberando de la miseria a millones de familias.

Pero también ha sufrido golpes terribles de ajuste estructural y crisis financieras, arruinando vidas de trabajo, años de esfuerzo. Europa la ha ayudado lo mejor que ha podido, llevada por una simpatía natural que siente por este continente tan cercano por la historia, la cultura y los valores comunes.

Este decenio de éxito y de pruebas nos invita a reflexionar sobre la importancia de la cohesión social para el equilibrio del mundo contemporáneo.

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Nuestras sociedades se abren a todas las posibilidades, se caracterizan por un mayor dinamismo gracias a las oportunidades que ofrecen los intercambios, y por una mayor fragilidad también debido a la competición que provoca la competencia mundial.

Por ello, al mismo tiempo que nuestras economías registran un crecimiento sin precedentes, nuestras poblaciones se sienten más vulnerables, más preocupadas, rebelándose a veces contra las nuevas reglas del juego.

Las consecuencias dolorosas del ajuste son bien conocidas por los países desarrollados: el desempleo, el impacto de las desubicaciones, o, en donde se ha padecido el comunismo, el trastorno social provocado por la eliminación de estructuras obsoletas.

Esta realidad se impone más brutalmente todavía en los países emergentes o pobres, obligados a aceptar medidas drásticas que pueden impedir que se garanticen a las poblaciones derechos fundamentales como la alimentación, la salud, la educación, el abastecimiento de agua, una vivienda digna.

La globalización, tan prometedora, no ha remediado la marginación de países y pueblos enteros. La mitad de la humanidad vive con menos de dos dólares por día y cerca de mil millones de mujeres, hombres y niños se ven confrontados a diario con la angustia del hambre y la miseria, en un momento en el cual el mundo ha llegado a conocer una prosperidad nunca vista anteriormente.

Ante esta situación, no puedo dejar de compartir el diagnóstico del Informe sobre la Dimensión Social de la Globalización que el Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, Sr. Juan Somavia, hizo público: la cohesión social es definitivamente una cuestión de interés mundial.

Para hacer algo al respecto, me parece que debemos inspirarnos en tres principios.

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Primer principio: crecimiento económico y cohesión social corren parejos.

Los gobiernos que dan la prioridad al progreso social deben tener presente el hecho de que sólo se puede distribuir lo que se tiene, que cualquier política social necesita asentarse en sólidas bases económicas. Pero no olvidemos nunca tampoco que las políticas de crecimiento sólo son eficaces a lo largo del tiempo si toman plenamente en cuenta, mediante políticas de redistribución ambiciosas, las necesidades de los más vulnerables y de los más pobres.

Las instituciones encargadas de la regulación económica y comercial mundial han comenzado a medir mejor las consecuencias sociales de sus recetas. Pero queda mucho por hacer para que los responsables inscriban sus acciones en un proyecto en pro del ser humano. Por ello, Francia apoya las propuestas que tienen como objetivo un diálogo organizado y sistemático entre instituciones económicas y financieras e instituciones sociales, en especial entre la OMC y la OIT.

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Segundo principio: en un mundo en el cual cada uno sabe en todo momento lo que sucede en cualquier lugar del planeta, la globalización de la economía, que suprime las distancias y unifica el mundo, requiere la globalización de la solidaridad. Nunca me cansaré de decirlo. Al respecto, el déficit del financiamiento destinado a lograr los objetivos de desarrollo del Milenio, evaluado entre cincuenta y cien mil millones de dólares anuales, es muy preocupante.

Esta cantidad puede parecer gigantesca. Pero sólo representa una milésima parte de la riqueza mundial, un diez por ciento del enriquecimiento anual del mundo. Las naciones ricas deben aceptar este esfuerzo de solidaridad mínima gracias al cual la cohesión social del mundo se verá garantizada. Por ello me he asociado plenamente a la campaña lanzada por el Presidente Lula contra el hambre y la pobreza. Soy partidario de tres posibilidades de evolución:

* Un aumento general de la Ayuda Pública al Desarrollo, de acuerdo con nuestro compromiso de 2002 en Monterrey. Francia ha aumentado la suya en un cincuenta por ciento en cinco años para alcanzar 0.5% de su PIB en 2007.

* La creación de un instrumento financiero para responder a las necesidades urgentes. La propuesta franco-británica de una facilidad financiera internacional, en cuyo interés había hecho hincapié el Presidente Fox con motivo de la sesión ampliada de la Cumbre de Evian en junio pasado, abre nuevos senderos y debe poder establecerse rápidamente. Nuestra Cumbre debería aprobarlo.

* Fijación a nivel internacional de tasas o gravámenes para financiar a largo plazo las necesidades de la solidaridad mundial, que interesan, como me consta, a varios de ustedes. Convoqué a una comisión independiente integrada por expertos de todas partes, cuyas primeras conclusiones son prometedoras. Los mantendré informados de lo que después suceda y las someteré a las Naciones Unidas próximamente.

Tercer principio: debemos movilizarnos a escala mundial al servicio de todos aquellos que la vida moderna deja a la orilla del camino. La competición económica es sana y legítima porque nos lleva hacia adelante y nos hace lograr grandes progresos. Pero a pesar de su severidad, debe respetar también los derechos de aquéllas y aquéllos cuya suerte haya sido desfavorable.

Me refiero a los discapacitados, a quienes se les niega demasiado frecuentemente un lugar en la sociedad moderna; a los enfermos, víctimas de plagas como el SIDA, con demasiada frecuencia condenados al ostracismo todavía; a los pueblos autóctonos, tantas veces dejados de lado, perseguidos, con un futuro poco prometedor; a los esclavos de los tiempos modernos, mujeres y niños, obligados a trabajar por salarios de miseria y en condiciones indignas.

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Sobre todos estos temas, debemos movilizarnos para que nuestras acciones se inspiren siempre en la preocupación por la justicia y la solidaridad. Así garantizaremos la cohesión social en nuestros países y en el mundo.

Sé que ustedes comparten estos ideales. Para alcanzarlos, Europa y América Latina, continentes de civilizaciones antiguas, tienen ante sí un programa de trabajo.

Muchas gracias.




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